El tiempo anheló que al olvido
tirara a todas mis amistades,
como fuesen unas antigüedades,
cuyos valores se han reducido.
Pero, jamás su afán fue cumplido,
ya que por más que mis actividades
autoricen pocas festividades,
mi aprecio nunca ha disminuido…
Y seré, por siempre, un enemigo
de aquel relajado pensamiento
que da título de mejor amigo…
Pues todos merecen un monumento;
y a esta idea la abrigo
con un invencible convencimiento.